Al siguiente encuentro, ya había adquirido todo el “merchandesin” (como dice la abuela) recetario, tablas de peso, diario de comidas, y hasta un libro con frases para decir cuando quiero comer, hasta una foto de cuando era flaca tenia q poner, así q busque las fotos de la primaria y luego de recortar al resto del grado, pegue la fotito.
Ese día, de la segunda reunión, volvíamos a presentarnos pero esta vez, seguido del nombre y el barrio venia un “y esta semana baje, tantos gramos”, y otra vez el aplauso… Que cagada, yo no tenia ni idea de cuanto había bajado, es mas, ni siquiera llevaba un registro de lo que había comido, cuando llega mi turno, me presento y digo q no me había pesado, por lo q conseguí que nadie me aplaudiera, es mas, todos me miraban con pena, como si me faltara un brazo o una pierna,¡ si a mi no me faltaba nada!! ¿ al contrario, me sobraban kilos!!!!
La cosa es que todos, por turno, empezaron a contar como había sido la semana, una muchacha q no tendría mas de 25 años, rompió en un llanto desconsolado al confesar que no había podido negarse a la atracción de una porción de una de muzzarella con aceitunas, otra le decía q la entendía, porque a pesar de q durante la cena solo consumió una ensalada, a la hora del postre no se que espíritu se apodero de ella y se termino mandando dos bochas de helado, yo me encontré, de pronto, mirando a todos con cara de asustada, no alcanzaba a comprender la culpa y el dolor de comer unos bizcochitos de grasa con el mate, o por que se condenaban al infierno quienes se mandaban un choripan un domingo.