LA BATALLA FINAL
En la encrucijada de una fría, húmeda y neblinosa mañana de un día sin día, la batalla de los tiempos, tantas veces anunciada, estaba a punto de ocurrir.
El Bien y El Mal se estaban por enfrentar, se disputaban el pasado, el presente y el futuro, en esta sola batalla, la única, la final.
Cascos de caballos resonaban contra el suelo en una tensa calma, el resoplar de sus hocicos que exhalaban volutas de aire pestilentes.
Las huestes del mal enfiladas, listas para la carga, con sus oxidadas alabardas, enormes hachas y melladas espadas sostenidas por esqueléticas y sucias manos, pertenecientes a despojos humanos sin alma, portando por cabezas calaveras, que tras sus gritos exhalaban aires pútridos, mientas se escuchaban risas alocadas. Eran las tropas de Lucifer, despojado arcángel que con nerviosos e iracundos sonidos alista a sus tropas para la batalla final; empiezan a cabalgar, entre gritos y arengas, inician el avance, mientras el resonar de sus cascos, relinchos, gritos y sonidos metálicos rumbo al enfrentamiento, resuenan en el aire.
Todas las profecías, todo lo escrito en antiguos y reservados libros sagrados se estaba por hacer realidad, se acabó el tiempo, allí iban frenéticas las huestes del mal bajando la lomada en la que se habían formado a la espera del ataque final. Sus uniformes, meras telas desgarradas por los tiempos de oscurantismo hoy a la luz de la verdad, un ejército de muerte avanza iracundo, desenfrenado como animales hambrientos de más muerte, ira y frenesí.
Del otro lado, las huestes arcangélicas, dirigidas por el Arcángel Miguel, vestidos con túnicas blancas que vuelan con la brisa del amanecer, en alto sus espadas de luz, listos para enfrentarse en esta batalla tantas veces anunciada y tantas veces postergada, presta a resolverse. Montados sobre sus alazanes envueltos en luz, sus espadas refulgentes, concentrados en la batalla final.[/b]