Hola! me quedé pensando y
... recordé que tengo la leyenda del Mal del Sauce, a saber....jajajaja
Cuenta la historia que había aquí en la Isla una familia, descendiente de nobles guaraníes viviendo en paz y desarrollando algunas tareas propias de la zona: caza, pesca, madera y junco.
Un día acertaron a pasar unos jóvenes provenientes del continente, dispuestos a disfrutar de un día al aire libre.
Sin importarles demasiado el ser visto, se instalaron bajo un sauce justo frente al paraje donde las artesanas tejían sus cestos. Allí jugaron, pescaron, durmieron la siesta y al anochecer hicieron una fogata y se quedaron a dormir.
Al día siguiente el grupo partió alegremente y el jefe de la familia que los había estado vigilando suspiró aliviado. Tenía dos hijas solteras que deseaba casar con jóvenes de su tribu y no veía con buenos ojos a estos jovencitos descendientes de europeos y bulliciosos rondando por ahí.
Pasaron dos días y al tercero el hombre pudo observar en la margen opuesta del río a uno de esos jóvenes sentado bajo el mismo sauce.
A la mañana siguiente mientras el muchacho remaba hacia el continente, una columnita de humo se elevaba de la fogata que acababa de apagar.
Una de ellas se enamoró de su expresión tranquila y sus ojos mansos y perdidos.
El padre no pudo sofrenar su zozobra y atravesando el río se dispuso a enfrentarlo.
El joven trajinaba con listones y clavos y parecía dispuesto a armar una cabaña.
El Indio, aunque herido en su orgullo no pudo menos que inquirir por los motivos de su presencia y terminar ofreciéndole la mano de su hija, la enamorada, si sus intenciones eran buenas.
El joven negó con la cabeza y dijo -yo sólo quiero quedarme aquí- y con una sonrisa bonachona dió por terminada la conversación.
El padre, aún más herido, se retiró pensando que ese muchacho debía querer no a una, sino a todas sus hijas y dando vuelta sobre sí mismo lo cubrió de amenazas.
El muchacho trabajaba en su cabaña, se sentaba y contemplaba el río, así día tras día.
Cuando la cabaña estuvo terminada, las niñas cesteras, doblegada su obediencia por la curiosidad, cruzaron el río. Cuando el padre las descubrió y cruzó a buscarlas se trabó en lucha con el joven que apenas se defendió por no comprender en qué disputa estaba metido.
El hombre furioso golpeó la cabeza del muchacho con una rama de sauce y lo dejó tendido y sangrando.
De su interior escapó un enano de no más de cinco centímetros que chillando y corriendo se metió en el monte pues el destino de estos seres diminutos es estar siempre escondidos. Sólo pueden salir de noche y meterse en el corazón de la gente para así hacer lo único que les importa, estar bajo un sauce a la orilla del río.
A pesar de que casi no se los ve, a comienzo de la temporada estival vaya mi consejo para los turistas inexpertos, si no quieren sufrir del mal del sauce que los traerá a vivir aquí en contra de todo criterio, no se sienten debajo de un sauce a contemplar el río y sobre todo estén atentos si sienten que alguien los mira de entre los yuyales, los enanos buscan cuerpos humanos, para poder dentro de ellos, quedarse sentados bajo un sauce a la orilla del río.
Espero que les haya gustado!!