Más luego, nos fuimos a vivir a México con todo su colorido, música y costumbres. Estando allí en medio de todo lo que te cuento, entre gente que me apreciaba mucho, hecho que los mexicanos demuestran abiertamente, el delta empezó a llamar, imágenes de sus orillas, el movimiento de sus aguas, su olor, el sonido de sus árboles se hacían presente, la pesca, el sol y el clima tan especial al momento del amanecer y la calma del anochecer, esas reflexiones que uno tiene con uno mismo y las charlas con amigos sentados en el tronco predilecto, el crepitar de la madera en la salamandra y el frío endemoniado que uno llega a querer.
En fin, el delta me empezó a llamar y... …en el dolor de la separación y frente al hecho inexorable de irme de México, volví a la Argentina. Mientras volaba en el avión pensaba en todas esas imágenes que estando allá me asaltaban en la mente. Ya en Buenos Aires, y luego de la emoción de saludar a mi familia, sobre todo a mis padres, ya viejitos, me contacté con los muchachos que compartimos este amor por el delta y para allá nos fuimos, a donde... al Miní y Chaná y fue en ese fresco amanecer de un domingo de enero de este año que termina, mirando salir el sol en el muelle, el delta me confirmó que allí tengo que ir, que me recibe y lo hizo con una pregunta ¿qué más podes necesitar, Pablín? Mirando ese maravilloso amanecer y la fuerza y calma de la naturaleza, contesté: ¡¡¡nada más!!!
El delta tira, tira y te acerca....