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« en: Abril 22, 2015, 07:59:09 am »
Hola Amigos, hace muuucho que no entraba habia perdido la contraseña, y estaba complicado....
hace un par de años participe con este cuento en un concurso literario y el cuento gano... Debe estar por ahi en el viejo foro... pero lo reedito, gracias
Soledad
“La soledad me enseño a conocerme”
Me enseño a crear mi mundo interior, ese que dice que hacer, ese que no escuchamos cuando nos alerta, cuando nos protege.
Mis sentimientos y recuerdos son alegres y tristes al mismo tiempo. La vuelta del colegio en la lancha escolar que manejaba mi tío Héctor, bajaba y caminaba hasta la casa, son como cincuenta metros, lobo me hacia fiestas, saltaba y me ensuciaba con sus patas, la tristeza del café caliente en soledad a mis 12 años, el pan con manteca, porque el dulce de leche no me gustaba, aun no me gusta, encender la tele como compañía, el silencio en la isla es un sinnúmero de ruidos, gritos de pájaros, golpeteos, crepitar de hojas, el sonido del viento en las casuarinas, esperando su vuelta del recorrido para cenar juntos.
Tristeza que me hacía sentir esa sensación de poseer un sentimiento propio,
Único, era mío, era raro. ¡Feliz por estar triste!
Mi querida isla, esa de la soledad buscada y la belleza de no hablar con quien no quiero, esa de sentir la humedad en los zapatos y caminar sin tiempo, la de tener el barro en el olfato e ir sin rumbo cierto, las gallinas vecinas son como jefes dominantes pastando las siestas en el silencio de los ruidos asonantes.
El río es como una serpiente que se te sube por las piernas, se te mete en el corazón para nunca más dejarlo. Hoy lo llaman “El Mal del sauce” y es tan real como el sol, como la vida misma, solo que es una sensación, un sentimiento arraigado, melancólico, casi triste, el tiempo se vuelve lento, suave, casi como los árboles cuando se mueven con el viento, pareciera que todo está en sincronía, como una danza, armónico y sereno, sin ese ruido histérico de la mente estresada de las grandes ciudades que no nos permite oír nuestros llamados internos.
Quiero sentir el ruido dorado de los álamos en otoño, la costa con su sonido color barro de mojarras a la siesta y chapalear las crecidas con las canastas al hombro, extraño el olor a agua crecida, el olor a sudestada, el olor a paz, el ruido del silencio y la luminosa oscuridad de la isla.
EL sentirme solo ayudaba a tener la sensación de ser el protagonista de la novela, la novela de la isla, esa en la que se sufre la soledad y después aparece el amor para nunca más dejarlo, con violines de fondo, lagrimas en los rostros brillantes al atardecer, todos los encuentros románticos son al atardecer. Mágicos.
Pero no es así, hay dolor de sentirse solo, nadie escucha, solo el lobo que anda por ahí ladrando, y nada más, me hago una café con leche, es tarde, estoy solo, como una rebanada de pan con manteca, está un poco dura pero no hay alternativas, leo, escucho los ruidos prestando atención a todos los detalles, voy a muelle porque escucho que viene un buque, además porque la vibración se siente en el piso, voy a verlo, todo iluminado, su estropada cubriéndole la roda y ese aire invencible producido por la majestuosidad del tamaño en el paisaje chato del gran río de llanura, me quedo mirando un rato, ya pasó, ya se fue dejando una marejada de fondo en el rio y un movimiento de canoas en la orilla que dura un rato largo, y otra vez la soledad, otra vez los pensamientos, otra vez la melancolía.
Enciendo la tele, me desplomo en el sillón, está oscureciendo, a cerrar las puertas, poner espirales, echar flit para los mosquitos y a dejar pasar el tiempo…solo con mis pensamientos, queriendo salir de ellos pero no del lugar, una sensación ambigua de querer escapar de allí y querer quedarme, llorando y amando la soledad de la isla.
Viajero del Alma