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« en: Enero 08, 2009, 10:11:38 pm »
Pecadora
- Dime hija ¿cuáles son tus pecados?
- Padre, el demonio de la tentación se apoderó de mí, pobre pecadora.
- ¿Cómo es eso hija?
- Es que cuando hablo con un hombre, tengo sensaciones en el cuerpo que no
sé cómo describirlas...
-Hija, por favor, que también soy un hombre...
-Sí, padre, por eso vine a confesarme con usted...
-Bueno hija, ¿y... cómo son esas sensaciones?
-No sé cómo explicarlas, por ejemplo ahora mi cuerpo se rebela a estar de
rodillas y necesito ponerme más cómoda...
-¿En serio?
-Sí,... quiero relajarme y quedarme tendida...
-Hija... tendida... ¿tendida cómo?
-De espaldas al piso, hasta que se me pase la tensión...
-¿Y qué más?
-Es como que tengo un sufrimiento y no me encuentro cómoda.
-¿Y qué más?
-Como que espero un poco de calor que me alivie..
-¿Calor?
-Si calor padre, calor humano, que lleve alivio a mi padecer...
-¿Y qué tan frecuente es esa tentación?
-Permanente padre, por ejemplo ahora me imagino que sus fuertes manos
masculinas sobre mi piel me darían mucho alivio...
-¡Hija!
-Sí padre, perdóneme, pero me urge que alguien fuerte me estruje entre sus
brazos y me dé el alivio que necesito...
-¿Por ejemplo yo?
- Si, por ejemplo usted, que es la clase de hombre fuerte que imagino me
puede aliviar.
- Perdóname, hija mía, pero necesito saber tu edad...
-Setenta y siete, padre.
-Ahhh... Hija, ve en paz, que lo tuyo es reumatismo.